Empezar por el final
La muerte (...) no usa el mismo perfume en una gran urbe que en una aldea. Esto lo tengo clarísimo.
No sé si os ocurre a vosotros, pero a mí me resulta mucho más sencillo hablar de lo que no me pasa. E incluso dar lecciones.
No soy padre, por ejemplo, con lo cual puedo juzgar con una soltura envidiable la creación que cualquier ser humano inculca a su criatura.
Al no creer en ningún Dios puedo dedicarme a estudiar la mitología antigua pero también la actual (cosa de la que seguro hablaré en más de un post).
Y creo que eso mismo nos pasa a los ‘jóvenes’ (permitid que me adjudique justamente este adjetivo recién anotadas mis 31 primaveras) cuando hablamos de la muerte.
Qué fácil es no temerla en la distancia ¿verdad? Qué cómodo el sillón del que aún usa sus piernas, qué aire fresco más hermoso nos entra por la ventana mientras verbalizamos nuestro deseo de ser enterrados en tierra fértil, para que estos huesos, en un último giro poético de nuestra inspirada existencia, sirvan de cobijo y alimento a las generaciones que no conoceremos.
Con la muerte, sin embargo, sucede algo especialmente divertido. Todos tendremos la nuestra. No todos seremos padres o madres. No todos acudiremos a la llamada de Dios. Pero todos tenemos una historia genuinamente ÚNICA con un final cotidiano y de sobra conocido. Y este final no avisa, pues si lo hace, vendrá con crueldad. No le interesa lo ligero que hables de su porte, la guadaña estará lista cuando deba, no cuando tú esperabas. Y con esta tensión vivimos, y aún así la lengua, al hablar de la funesta sombra, no se flexiona igual con 30 que con 80.
Tiene lógica, si lo piensan.
Es absurdo, si lo piensan.
¿Qué decidir entonces? ¿Cómo actuar?
¿Temiendo a cada esquina, sin reservar nunca esos billetes de avión, apartándote de la aventura y los rompehielos, sintiéndote protegido para siempre?
Aunque siempre no existe.
Quizás entonces la estrategia sea otra:
Ejercitar la familiaridad con el final, hablar del precipicio con 80 de la misma forma con la que lo hacías con 30. Abrazar la única certeza con el alivio de quien pone los pies en el suelo, de quien se sabe mortal y finito, de quien sabe que vivir es proponer antes que esperar.
Lo cual me lleva a otro de los asuntos que ha rondado mi cabeza en estos días: el lenguaje. O, mejor dicho, como el lenguaje construye la realidad. Y con lenguaje no me refiero únicamente a las palabras, también a los gestos, los colores y las formas de las cosas. Incluso la identidad que lleva siglos siendo un prolífico terreno de batalla: ¿quiénes somos? ¿con qué nos identificamos? ¿quiénes somos RESPECTO al otro? ¿Soy más o menos hombre que Timothée Chalamet? Por poner un ejemplo tonto, digo.
El lenguaje, además, llevado al arte, no es más que la sublimación última de la realidad. Por eso adoramos más a una poetisa o un pintor que a comandantes o presidentes, porque es el único resquicio que nos queda, como especie, para sobrepasar a la muerte. Son los héroes que queremos imitar, la gente por la que vale la pena vivir, porque construyen una realidad mejor para cualquiera, independientemente de su situación vital o el color de sus ojos.
No pretendo ser pretencioso en mi primera entrada, así que quizás sea un buen momento para avisar a mis queridos lectores que este estilo de prosa es la que deben encontrarse de aquí en adelante: una concatenación de los pensamientos que rebotan en mi masa gris (como si fuesen el logotipo de DVD) a los que trato de dar cohesión.
La muerte, volviendo al asunto que nos ocupa, no usa el mismo perfume en una gran urbe que en una aldea. Esto lo tengo clarísimo.
En Nueva York, pongamos, el final de la vida tiene por costumbre venir adornado con una blanqueza impersonal, vestido de olvido, con la crujiente crueldad del niño que pisa una hormiga.
Solitaria,
como debe ser,
anodina,
otro número en la hoja de cuentas.
En mi pueblo no. Trigueros cuenta con cerca de 8000 personas en su censo, y yo no soy una de ellas desde hace más de una década. Es extraño, porque aunque no me siento morir allí, es inevitable recordar todas las versiones de mi software que han sido programadas en aquel lugar dorado y terroso.
Y allí vuela mi pensamiento a cada rato, sabiendo que la gente humilde, que cantaba Chico Buarque, permanece en sus rincones, en las plazas y los mercados, como otra forma de desafiar a la muerte. Confieso que sentí verguenza de esta (mi) gente. Principalmente cuando era imbécil (hace no mucho), y cuando veía en el tanatorio la algarabía que causaba el fallecimiento del enésimo anciano sin nombre. Pero era justo eso lo que yo no entendía: TODOS tienen nombre. NINGUNA se muere sola.
¿Y no es esta otra forma de vencer?
Porque estoy seguro de que la muerte llega diferente a Trigueros, un poco más triste ella, resignada a su naturaleza apática.
Metódica, pero lamentando hacer más pequeño un lugar de paz.
José, el de la gasolinera, con las manos aceitosas en la cintura:
(voz grave, solemne)
Allí llega la dama de larga túnica oscura con el gesto contrariado, oliendo a disculpas, bajo un cálido sonido de campanas.Le responde Rafaela, conocida en la vecindad como ‘La Ratona’:
(levantando el dedo, como si supiese más que nadie)
Viéndose obligada a entender la vida, a combatir con la identidad (firme y arraigada) del ser humano frío e inmóvil que la mira desde el cajón.
No quisiera ser tan tenebroso en mi primer blog, pero ¿qué le vamos a hacer, si esta ha sido la entrada que me ha pedido el cuerpo?
Siendo el cerebro tan diligente de darme buenas palabras para traducirla,
¿cómo sería yo tan cruel de negarle el destino merecido a mi carta al abismo?
Aún reconociendo que mi esmerada pluma no ha encontrado rival en la hoja en blanco (hoja repleta de píxeles, maldita realidad mentirosa), también debo ser honesto en revelar la tremenda dificultad que me supone cerrar la misiva.
Aquel cliché en latín, el vive mientras puedas y toda esa filosofía que tu pupila se olvidó de registrar cuando llena su taza de café, siempre ha sido algo que he denostado.
Y sin embargo,
aquí me hallo,
tratando de hablar de esperanza frente al vacío,
gritándole al mundo
que no está solo,
que a todos nos une un hilo
cortante, afilado,
y que menos mal.
enhorabuena por el arranqueee! 🫶🏼